miércoles, 19 de mayo de 2010

ADVERTENCIA: El contenido de esta película es altamente significativo


A Año Bisiesto, una de las películas mexicanas que compiten este año por la cámara de oro en la edición 63 del Festival Internacional de cine de Cannes, se le pueden achacar varios logros, pero el principal sin duda, entre tantos y tantos proyectos en desarrollo, es el de haberse realizado. Un filme inusual en la actualidad del cine mexicano: un melodrama sexual de corte independiente, intercultural, atractivo, inesperado. El afortunado debut de Machete Producciones. Una ópera prima que, desde su concepción, ha tenido a bien estar en el lugar y la hora indicada.

La película
Cito a la doctora Anabel Ochoa, cuya presencia y claridad se seguirán extrañando por mucho tiempo: “El sexo es amor teóricamente. Y el amor es ternura pacífica, teóricamente. Pero las teorías no siempre explican lo humano, y la parte violenta se queda fuera de los enunciados por prejuicio convenenciero, para que estemos tranquilos. No tiene caso hacer una teoría de la sexualidad mintiendo. La violencia existe en nosotros, en todos y en todo, y desde luego también en un asunto tan importante y vital como el sexo”. Año Bisiesto va de menos a más en este sentido. Lo que “a oídas” parecía un provocativo filme con alto contenido sexual terminó por encumbrar, a manera de sutil metáfora, lo que muy a nuestro pesar hay detrás de cada impulso sexual orgánico: significado. Mente sobre cuerpo, o como apunta Simon Blackburn en su libro Lujuria: “lo importante en el sexo no son los movimientos en sí, sino el pensamiento que hay detrás de ellos”.

Parafraseando la acotación científica, esta película cuenta con ese mérito: reflejar una historia de amor sobreponiéndose a su atípico contexto sexual. Laura (Mónica del Carmen), una chica oaxaqueña emigrada al Distrito Federal vive sola en un modesto departamento, intentando sobrellevar “el sueño capitalino” como colaboradora en una editorial trabajando desde su casa. Poco sabemos de su relación con el exterior salvo las esporádicas visitas de su post-adolescente hermano, y los furtivos encuentros sexuales que sostiene con amantes de una sola noche. Cierto día conoce a Arturo (Gustavo Sánchez Parra), quien despierta en ella un deseo masoquista que los llevará a frecuentarse cada vez con más y más pasión hasta que, como todas las mañanas desde que inició febrero, con ese conglomerado de hastío en los ojos, termine por tachar los días en el calendario de este año bisiesto.

El debut como realizador de Michael Rowe tiene las limitaciones de una ópera prima austera, convertidas en virtud creativa desde la escritura del guión, del cual es autor junto con Lucía Carreras. La película está resuelta a través de planos fijos sin corte: A veces estimulantes planos secuencia, a veces consecutivas secuencias de un solo plano. Debido a la dificultad de conseguir apoyos en este país, al prejuicio con que podía ser tratada la película por su discurso sexual e incluso al muy escaso presupuesto con que se realizó; elementos como el hecho de tener una sola locación, dos actores principales ocupando el 90% de tiempo en pantalla, un limitado equipo fílmico y un equipo creativo solidario y talentoso que cobró muy por debajo del promedio, sumaron a fin de cuentas un resultado altamente favorecedor.

El sexo cuando no se entiende, mejor en silencio y lejano, es una realidad que pesa pero que existe. Gran mérito de Año bisiesto es reflejarla tal cual es. Con su doble moral, confusa, traicionera, pendenciera, puesta al día con personajes cuya dolencia es su gozo y viceversa en más de un sentido.

El director
Proveniente de Australia, Michael Rowe llegó a México en un viaje de mochila al hombro hace 16 años. Aquí se quedó. Cargó con el guión de Año Bisiesto mucho tiempo antes de llegar a Edher Campos, uno de los socios fundadores de Machete. Apacible y un tanto tímido, Michael no se concebía como director. “No tengo el carácter”, pensaba de sí mismo hasta que se convenció que asumir ese riesgo era la salida más expedita para que su historia llegara a las pantallas. Esperó algunos meses más y nada. Hasta que un día volvió a tener noticias: “la hacemos, tengo el dinero”.

“Tuve mucha suerte en conocer a Edher, me parecía que esta era una película muy complicada para producir por su temática… Un riesgo tremendo… No conozco a otros productores, pero creo que influyó mucho que era su primera película como casa productora para que me apoyaran. Estaban buscando algo pequeño y que tuviera al mismo tiempo posibilidades de éxito internacional”.

A Rowe le tomó siete años de “ser muy necio” y rehusarse a escribir otro guión hasta no tener realizado éste. Antes, ya había intentado levantar el proyecto solo, en una especie de simulacro casero para medirse como director previo a filmar en grande, pero cuando estuvo a punto de llevar su idea a cabo, le robaron el equipo. Definitivamente necesitaba la ayuda de un productor de oficio.

Michael tuvo poco tiempo para planear su película. Un mes si acaso. De hecho, la idea de contarla a través de planos fijos más que estilística, se debió a querer facilitarse las cosas. A él y a su equipo desde luego, quienes fundamentaron su trabajo en el meticuloso contexto que el director dominaba en torno a su historia. Irónicamente, la elección fue un punto de apoyo para todos. Muchas cosas cambiaron el devenir de su construcción: originalmente, Rowe quería que las escenas tuvieran sexo explícito, circunstancialmente éstas fueron requiriendo más de la simulación y las que sí pudieron efectuarse, quedaron fuera de la película en la edición del experimentado Oscar Figueroa y la supervisión de Machete como dueño de la película. Un giro que sorprendió a los actores y al propio Rowe, que se quedó con las ganas de un director’s cut.

Un actor
La trayectoria de Gustavo Sánchez Parra no sólo es impresionante en cuanto a cantidad de títulos acumulados en una década, hay por lo menos cincuenta películas en su haber que certifican su trayectoria. No, además de impresionante, su carrera ha sido impecable en lo que respecta a su solidaridad con la cinematografía nacional. Un detalle mínimo que le mereció un prematuro y merecido homenaje por parte del Festival Internacional de Cine Morelia en 2006, dado su compromiso total con el cortometraje mexicano.

Gustavo es un actor con el don de gente, de esos que emocionan verle actuar, de los que no se cuestionan por qué si lo llamaron a tal hora, empezó a filmar horas después o de los que se desviven por tener la atención a toda costa antes de aprenderse sus líneas. Es el tipo de actor disciplinado que se agradece tener como compañero de set y que no tiene que demostrar nada porque su trabajo habla por sí solo. Esa seguridad es la que explica el riesgo que afrontó al protagonizar una película como ésta.

“Le dije a mi agente del proyecto, me comentó que había tenido noticias de la película. ¿Y qué, si yo la quiero hacer? Se quedo viéndome: ¿Seguro?, Sí, ¿Por qué? Y le conté de todo lo atractivo que era el personaje para mí, lo interesante que se me hacía por un lado la ternura que muestra Arturo y por el otro ese aspecto salvaje. No había tenido chance de interpretar a un personaje que se fascinara sexualmente con otro, que su fuerte fuera ese. Me gusto mucho como va descubriendo que le gusta este tipo de relación sadomasoquista. Tomé la decisión, platiqué con Michael y me dio toda la confianza del mundo. Cuando me planteó el reto de hacer las escenas de sexo explícitas me pareció un riesgo y me dije, vamos a ver hasta donde llegamos con esto. Al final las cosas se dieron de otra forma, pero lo que me jaló principalmente fue la confianza que me dieron los productores, el director, mi compañera actriz”.

Una actriz
El riesgo que tomó Mónica del Carmen tiene otro matiz. Asumida como una actriz forjada en el teatro (egresada de la ENAT y actualmente en temporada con la obra infantil El pájaro Dziú), Año bisiesto significó su primera gran oportunidad en el cine después de compartir escena con Adriana Barraza en Babel (2006) y de protagonizar el desafortunado corto Buen provecho (2008) de Eduardo Canto. Tras años de trabajo, incluido su paso por el espectáculo de cabaret con Las reinas chulas, había llegado a sus manos el protagónico de un largometraje.

Acudió al casting sabiendo que necesitaban a una chica oaxaqueña. Las secuencias que le dieron a interpretar incluían echar burbujas de jabón, hablar por teléfono, tachar un calendario y pensó: “ah, está padre”. Fue un casting sin cámara, lo cual le resultó raro, pero se siento a gusto porque la atmósfera teatral le era familiar. Al terminar se acercó Michael “conmovido dentro de su tranquilidad aparente” y se lo dijo todo, que quería hacer las escenas con sexo explícito, le dio el guión y dejó que tomara su decisión.

“Al principio dude, yo no te puedo decir si sí o si no, le dije, vamos a ver. Leí el guión y: ¡Oh no!, pensé, no sé si podré hacer eso, pero algo había, no sé si morbo, si interés, algo que me decía que lo volviera leer y descubrí algo profundo que estaba muy empañado por el sexo, era la esencia de este personaje que era todo un remolino de emociones de todo lo que le estaba sucediendo con esta mujer, la relación con su padre, con su madre… Finalmente, si algo tenemos los actores es una capacidad de imaginación muy poderosa y construimos las cosas rápidamente y le vamos encontrando sentido y comencé a leer sobre sadomasoquismo, sobre abuso infantil y muchas otra cosas que comenzaron a darme un poco de luz y dije, me voy a dar la oportunidad de no espantarme porque es algo que no va conmigo”.

Y recuerda: “lo primero que me cuestioné fue, ¿Qué va a decir mi mamá? Mi gente de Miahuatlán de Porfirio Díaz Oaxaca... Hable con ella, le dije, me ofrecen esta película pero hay escenas de mucho sexo, de mucha violencia, salgo muy desnuda (ríe)… Sólo no tengas miedo, me dijo, si vas a hacer las cosas no las hagas con miedo”… Mónica tomó al toro por los cuernos. No sólo venció sus prejuicios al llevar a su personaje a extremos sexuales poco comunes, sino que asumió la responsabilidad de cargar con el peso de prácticamente toda la película sobre su hombro, en lo que respecta a tiempo en pantalla. Por fin había encontrado el personaje que sin deshacerse de su identidad, le permitía abordarlo en su esplendor, lejos del encasillamiento y los clichés.

Los productores
Los fundadores de Machete Producciones tenían claro que una vez constituyéndose no habría marcha atrás. Para Edher Campos, Rodrigo Bello y Luis Salinas consolidar este proyecto de casa productora significaba abandonar su ascendente carrera individual en áreas como la asistencia de dirección, la gerencia y la coordinación de producción. Los alguna vez niños de oro de las producciones de Estrella Medina y Julio César Estrada (Espinas, Cañitas, Euforia, Hasta el viento tiene miedo, El libro de piedra, Erase una vez en Durango), habían encontrado el camino para andar solos y tomaron su decisión. Los hijos creativos abandonaban el nido. Sobrellevando los gastos que implica la independencia y sorteando la temporada de hacer carpetas entre pequeños proyectos personales y muchas relaciones públicas, después de varias charlas y acercamientos continuos con Rowe, Machete consiguió el mínimo para echar a andar Año Bisiesto, ese extraño guión escrito por un extranjero atiborrado de sexo al que habían dado su voto de confianza para convertir en la ópera prima de la empresa, a la que un año más tarde se sumaría la actriz Teresa Ruíz (Bienvenido paisano, Viaje redondo, Marcelino Pan y vino) y que hoy los tiene a todos en la Riviera francesa.

La moneda estaba en el aire, o lo que es lo mismo, los riesgos estaban asumidos.

La suerte del que apuesta
Este 17 de mayo, Año Bisiesto se somete al juicio de Cannes a través de la Quincena de Realizadores para iniciar su corrida comercial en Europa, en espera de su estreno en México en el Festival Internacional de Cine de Morelia. Nada mal para este pequeño hilado de apuestas y riesgos que una vez fueron sueños aislados.


Autor: Ulises Pérez Mancilla, tomado de www.correcamara.com

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